La reciente publicación hecha en el Washington Post, bajo el título “La promesa anticorrupción llega a su fin en Perú” escrita por Jonathan Castro, servirá como preámbulo del próximo reporte explicando el escenario previo al COVID-19 y la dinámica registrada en la ecuación conformada por la corrupción e informalidad que impacta en su crecimiento.
"La última crisis política peruana tiene como origen las contrataciones de un cantante, Richard “Swing” Cisneros,
por el Estado. Por esto, el país podría quedarse sin presidente este viernes 18 de septiembre, cuando el Congreso ha programado la votación de la moción de vacancia contra Martín Vizcarra, acusándolo de incapacidad moral permanente.
Cisneros, quien además de cantante es coach, es un personaje excéntrico incluso para la clase política peruana. Sin mucho talento ni gran fama, Cisneros estuvo contratado por el
Ministerio de Cultura desde 2018 (entre otras cosas, para dar charlas
motivacionales y organizar algunos eventos), cuando Vizcarra asumió la
presidencia, por un total de 155,400 soles (aproximadamente 44,000 dólares
estadounidenses). ¿Cómo había obtenido estos contratos que incluso se
extendieron hasta los inicios de la pandemia? Una foto con el presidente,
registros de visitas a Palacio de Gobierno y declaraciones de Cisneros y
Vizcarra dieron luz a una relación entre ambos más o menos cercana, dependiendo
de quién lo diga.
Al margen del desenlace de la votación de este 18 de septiembre, esto representa un punto de inflexión en el legado de Vizcarra. El
referéndum para la reforma de justicia y para evitar la reelección de
congresistas, los proyectos de reforma del sistema político y la disolución del
Congreso —principales gestos de su gobierno— vinieron con una promesa: mejorar
la clase de representantes políticos de la mano de la lucha anticorrupción. Esa
promesa es ahora una desilusión.
La Fiscalía y una comisión investigadora del Congreso llevan
a cabo indagaciones por estos hechos. Pero la semana pasada, el congresista
Edgar Alarcón, presidente del grupo investigador del Legislativo, presentó en
una sesión pública del Parlamento unos audios en los que se escucha a Vizcarra
y su entorno cercano coordinando las versiones sobre las visitas de Cisneros a
Palacio de Gobierno. En respuesta, el Congreso aprobó el inicio de la moción de
vacancia. Esto sucede en el último año de su mandato y a siete meses de que se
produzcan las elecciones generales de 2021.
La hemorragia de grabaciones —hechas por una asistente del
presidente— ha continuado desde ese día, y probablemente prosiga en los
próximos. En estas grabaciones se escucha a los funcionarios de Palacio de
Gobierno planificando el encubrimiento de las visitas de Cisneros a Vizcarra.
Pero el proceso que se ha seguido en el Congreso ha sido
rápido y cuestionable. El trámite de vacancia inició el mismo día que se
presentaron los audios, y el artículo de la Constitución al que apeló —la
incapacidad moral permanente— puede ser un cajón de sastre para justificar
cualquier acusación.
Si bien los hechos que allí se
describen ameritan investigaciones fiscales para determinar si hubo delitos de
colusión y obstrucción de la justicia, la percepción que habrá sobre los audios
tendrá un manto de oscuridad. La sospecha tiene justificación popular, pues la
historia sobre la que se asientan los últimos 20 años de democracia está
marcada por grabaciones que revelaron hechos ilícitos: en el 2000, por estas
mismas fechas, los “vladivideos” demostraron el pago de sobornos en el régimen
de Alberto Fujimori; en el 2008, los “petroaudios” revelaron un faenón
petrolero durante el gobierno de Alan García; en el 2018, los “mamanivideos”
propiciaron la renuncia del entonces presidente Pedro Pablo Kuczynski.
Vizcarra, un presidente sin partido ni bancada en el Parlamento, se ha enfrentado varias veces a la
oposición con una sola arma: poner a la opinión pública a su favor con base en
la popularidad de la que goza un hombre que se enfrenta a la corrupción.
Ahora, ha quedado desnudo. Su bandera anticorrupción ha quedado manchada. Y aunque, según una encuesta de la
empresa Ipsos, 79% de los encuestados considera que Vizcarra debe continuar con
su presidencia, la opinión pública difícilmente volverá a mostrar un apoyo
mayoritario mientras la población peruana siga luchando por sobrevivir durante
la crisis sanitaria y económica generada por el nuevo coronavirus.
Este caso también forma parte de una ruptura sistemática de la primera parte de la promesa: mejorar la clase de
representantes políticos. Por lo tanto, Vizcarra tiene parte de la
responsabilidad de tener frente a él a este Congreso.
En 2018, Vizcarra impulsó un referéndum que, entre otros temas, prohibió la reelección de parlamentarios.
Hoy, la única cámara está conformada por una amplia mayoría de legisladores sin
experiencia en el cargo y sin posibilidades de reelección. Tienen una mirada de
corto plazo, como lo han señalado varios analistas.
Por otro lado, tras la disolución del Parlamento en septiembre de 2019, Vizcarra convocó a elecciones pero se
hizo de lado. A pesar de tener una mayoría de aprobación presidencial, no buscó
alianzas con partidos políticos que levanten las reformas políticas que
impulsaba. Su idea para implementar una renovación de la representación
nacional parecía un viejo chiste de la serie televisiva The IT Crowd: “¿Has
intentado apagarlo y encenderlo de nuevo?”.
En los seis meses que tiene en funcionamiento, el nuevo Parlamento ha demostrado la misma arbitrariedad que
tenía el anterior. Sus decisiones en materia económica son un peligro para la
estabilidad fiscal, y han permitido que se encumbren personajes cuestionables
en el terreno político. Edgar Alarcón, el presidente de la comisión
investigadora, fue destituido del cargo de contralor general de la República
por faltas graves, tiene investigaciones fiscales por enriquecimiento ilícito,
y llegó al Parlamento de la mano de un partido aliado del golpista Antauro
Humala.
Al no disputar el espacio político, el Parlamento se llenó de grupos fragmentados, algunos con más
beligerancia que la que hubo en el periodo anterior. Vizcarra no tiene aliados
allí, ni mecanismos para un entendimiento político.
En ese tránsito, Manuel Merino, presidente del Congreso y sucesor de Vizcarra en caso de ser destituido, se
intentó comunicar con los comandantes generales de las Fuerzas Armadas para
informarles sobre el proceso. El Ministerio de Defensa calificó esos hechos
como temerarios por pretender involucrarlos en un proceso político. Luego, el
ministro de Energía y Minas, Miguel Incháustegui, reveló que dos personas del
partido político de Merino se comunicaron con él para señalarle que él podría
continuar en el cargo si destituyen al presidente.
Lo que Vizcarra no ha podido ganar en la política, ahora pretende hacerlo en los tribunales. La oposición no
tiene los votos suficientes para destituirlo, pero en lugar de convencer a los
indecisos, se ha optado por otra vía. El lunes, el Ejecutivo presentó una
medida cautelar y una demanda competencial ante el Tribunal Constitucional para
detener el proceso de vacancia, recursos que serán vistos en las próximas
sesiones aunque podrían durar unos tres meses en resolverse. Este proceso no es
excepcional, pues ya el Congreso pasado había presentado un pedido similar
contra la disolución, pero fue desestimado. Aún así, profundizar la
judicialización de la política es un camino que no tiene retorno.
La polarización de la opinión pública pretende que solo se mire las irregularidades de un lado. Vizcarra
rehusó la necesidad de una organización que le dé respaldo político, y se
refugió en un pequeño círculo de confianza que se ha ido destartalando. Aún
así, si este viernes prospera la vacancia, este periodo será recordado igual
que el del turbulento siglo XIX, cuando los gobernantes cambiaban con tal
frecuencia que sus nombres han pasado al olvido para los peruanos".