El problema del manejo de los residuos sólidos en el país de los Incas es dramático, pero con el ingenio de una iniciativa familiar para aplicar las tres R (Reducir-Reutilizar-Reciclar) se observa luz al final del túnel.
Reciclar para construir
"El padre de Roger Mori es
economista, pero le dicen ingeniero. Su hermana está a punto de egresar como
psicóloga, pero se dedica a la administración. Roger es ingeniero pesquero y
fabrica ladrillos. Unos ladrillos que son únicos. Los Mori los elaboran con un
peculiar insumo: los desechos de la demolición y construcción de casas. Usan lo
que los obreros botan. Lo que los volquetes arrojan en los rellenos. Lo que la
gente prefiere llamar "basura".
Los Mori recogen los Residuos de
la Construcción y la Demolición (RCD) de las casas, los convierten en ladrillos
y esperan que se utilicen en otras edificaciones. Esta familia plantea un ciclo
de reciclaje cuyas pruebas arrancaron este año en su planta piloto del
kilómetro 12.5 de Cieneguilla.
En abril pasado, Roger, de 31
años, llamó a varios volqueteros para que dejaran desmonte en su terreno
alquilado de Cieneguilla. Sin cobrarles un sol, abrió el enorme portón morado
de la planta para recibir la carga de los camiones. Luego, con los residuos
sobre el piso empezó la selección del material útil: restos de ladrillos, de
grava, morteros. Afuera quedaron los fierros, la madera, el plástico y los
residuos orgánicos. Eso no se usa en el proceso de reciclaje de su proyecto
Ciclo.
El resultado recibe el nombre de árido reciclado. Lo mezcla con agua y cemento. Pasa por
máquinas que lo moldean y que le dan la clásica forma rectangular exigida por
las normas técnicas. Luego, atraviesa por una etapa de curación y otra de
secado que dura casi un mes. Al final, el producto será un ladrillo sostenible:
una pieza plomiza de 18 huecos elaborada con material reutilizado.
Para Roger, este bloque -que
acabará cubierto por pintura y cemento en las casas- reduce la explotación de
las canteras y mitiga el daño al medio ambiente a través del reciclaje. La
fabricación de los ladrillos clásicos, los naranjas -dice- es distinta a la de
los sostenibles: llevan arcilla, agua, pasan por un proceso de cocción en un
horno.
Sandra Barrantes, de 32 años,
arquitecta especialista en construcción sostenible y miembro del proyecto Ciclo
se suma a la defensa del ladrillo ecoamigable: "Estos residuos se desvían
de los rellenos sanitarios. Usamos algo que actualmente es basura. La reducimos.
A este ladrillo no lo quemamos en horno, no se consume energía".
Una idea de familia
El ingeniero pesquero Roger Mori
y la estudiante de Psicología Marjorie Mori, de 33 años, perfeccionaron el
ladrillo que creo su papá tres años atrás. En una de las construcciones que
tenía a su cargo, Walter Mori empezó a moler el material que sobraba de las
obras. Añadió agua, cemento. Lo puso en un molde de madera, secó y obtuvo un
ladrillo. Este economista de 65 años quería ahorrar gastos. Pero sus hijos
apostaron por algo más.
Lo que empezó con un experimento
para reducir costos acabó como una opción ecológica. El 2013 tramitaron su
patente ante el Instituto Nacional de Defensa de la Competencia y de la
Protección de la Propiedad Intelectual (Indecopi). El 2015, el Consejo Nacional
de Ciencia, Tecnología e Innovación Tecnológica (Concytec) lo eligió como uno
de los ganadores del concurso Ideas Audaces y le entregó 146 mil 900 soles para
su financiamiento. Este año, el Ministerio de la Producción -a través del Start
Up Perú cuarta generación- lo reconoció en la categoría de Emprendedores
Innovadores.
Pero no solo el economista, la
estudiante de psicología, el ingeniero pesquero y la arquitecta se encargan de
este producto prefabricado. Al equipo de Ciclo se sumó el ingeniero agrícola
José Luis Cruzado.
El año pasado, este muchacho de
25 años permaneció durante cuatro meses, siete horas diarias, dentro de un
laboratorio de la Universidad Nacional Agraria de La Molina. La misión del
entonces universitario era construir un ladrillo. Tenía que elaborar este
bloque de concreto sin manual de instrucciones: no contaba con los
procedimientos técnicos para armar este material con Residuos de Construcción y
de Demolición (RCD). "Se hizo todo empíricamente", dice.
José Luis decidió sumarse al
proyecto luego de escuchar la propuesta de Roger Mori, quien también había
estudiado en su universidad. Para el primer joven era la oportunidad de
trabajar su tesis. Para el segundo, la de fabricar y validar los primeros prototipos
de los ladrillos sostenibles.
Cemento, agua y desmonte. Los
pasos se repetían hasta cumplir con requisitos técnicos como la resistencia.
Cuando por fin cumplió con los parámetros básicos, el equipo -con ladrillo en
mano- empezó a buscar financiamiento.
Su principal producto es el
ladrillo King Kong de 18 huecos. También tienen adoquines que no usan agregados
naturales, como arena fina o gruesa, sino árido reciclado (el resultado del
procesamiento del RCD). Esto también reduce -aseguran- la depredación de las
canteras naturales.
Su precio será el mismo que el de
los ladrillos convencionales (cerca de 700 soles por millar). La próxima semana
empezarán a vender los adoquines sostenibles.
Si bien el financiamiento de
Concytec permitió comprar máquinas para la planta piloto experimental, el
equipo hoy se encarga del pago a los dos obreros que trabajan en su local y del
alquiler del mismo.
La primera escombrera
El Organismo de Evaluación y
Fiscalización Ambiental (OEFA) dice que el Perú solo tiene doce rellenos
sanitarios autorizados y en funcionamiento para una población que supera los 30
millones de habitantes. Los residuos sólidos -entre ellos el desmonte- terminan
en cualquier lugar. Uno de los destinos es la playa Carpayo de Ventanilla, la
más sucia de Latinoamerica.
Roger visitó dos veces aquella
playa. También fue a los botaderos cercanos a su planta en Cieneguilla. Allí
nunca faltan los camiones, la basura y los pedazos de concreto. Los volquetes
-dice- tienen que pagar entre diez y quince soles a los vecinos para arrojar el
desmonte.
El ingeniero quiere que los
camiones arrojen el desmonte en su planta, pero el espacio es insuficiente.
Quiere mudarse a un terreno más amplio (seis mil metros cuadrados) en
Cieneguilla, fundar la primera escombrera del país y tener una planta de
reciclaje de nivel industrial. Eso estará listo -según estima- el próximo año.
Están en busca de inversionistas.
Allí los transportistas
informales podrán llevar sus residuos, arrojarlos y recibir un certificado
donde se indique el destino final de los materiales. Ciclo les cobrará menos de
lo que piden los rellenos informales y lo reutilizará para elaborar ladrillos y
adoquines.
La construcción consume el 50% de
los recursos disponibles en el mundo y produce el 50% de los desechos, aseguran
estos profesionales. Roger creció en la construcción que su papá tenía a su
cargo, pero estudió ingeniería pesquera. Ahora quiere unir ambas pasiones y
construir una nueva forma de reciclaje.