Este próximo 28 de Julio asumirá la administración del estado peruano el cuarto gobierno democrático consecutivo
y en este contexto presentamos un análisis de IDL-Reporteros que fuera presentada en la columna ‘Las palabras’ escrita por Gustavo Gorriti y publicada en la edición 2446 de la revista ‘Caretas’.
"Una regla con pocas excepciones
en el Perú es que se ingresa rutilante al gobierno y se sale quemado de él.
Aunque la popularidad de los mandatarios suele elevarse en una térmica
misericordiosa durante las últimas semanas en el poder, lo cierto es que persiste
la brecha entre el entusiasmo inaugural y la tristeza gris (o el repudio) de
los últimos días.
En ese marco, el epílogo del
gobierno de Humala resulta extraño. No solo se va sin aplausos, rumbo a un
incierto destino legal, sino atacado desde todos lados y atacándose a sí mismo
también.
No tendría que haber sido así,
por varias razones. En primer lugar, el gobierno de Humala cumplió un
compromiso fundamental con el país: el juramento de San Marcos, de respetar,
defender y proteger la Democracia en el Perú, que se encontraba en peligro.
Juró hacerlo y ahora, cinco años después, queda claro que cumplió.
En cuanto al ejercicio del
gobierno en sí, coincido en parte con lo que declaró Martín Tanaka en una
entrevista reciente: “… si uno evalúa este gobierno por sus políticas públicas
y sus decisiones, merecería una aprobación muchísimo más alta que la que va a
tener al irse”. Tanaka considera que el gobierno de Humala fue mejor que los de
Toledo y García, pero que “se está yendo peor, por su torpeza política”.
¿Solo ‘torpeza política’?
Sin duda que la hay, pero ¿eso explica la percepción actual de fracaso que acompaña al régimen saliente? Me parece que no.
Si me pongo a examinar las
políticas, medidas y conductas del gobierno que se va en varios sectores,
encuentro en acción, una y otra vez, una especie de dialéctica perversa en la
que los aciertos, incluso los más lúcidos, tienen el contrapunto de
mezquindades, egoísmos miopes y hasta ocasionales autosabotajes.
Lo vemos en, por ejemplo, el
sector seguridad.
En cuanto a la lucha contra los
remanentes de Sendero Luminoso, los logros del gobierno de Humala son, de
lejos, superiores a los de los regímenes de Alejandro Toledo y Alan García.
Es cierto que durante el gobierno
de García se armó un sistema de, sobre todo, inteligencia policial, puesta en
práctica fundamentalmente por los grupos de investigaciones especiales de la
Dirandro –bajo la dirección del primero coronel y luego general PNP Carlos
Morán–, que lograron avances importantes en el Alto Huallaga, pero no llegaron
a capturar al jefe senderista ‘Artemio’.
El epílogo del gobierno de Humala resulta extraño.
No solo se va sin aplausos, rumbo a un incierto destino legal, sino atacado desde varios lados y atacándose a sí mismo también.
Fue en el gobierno de Humala
cuando –como desarrollo de lo anterior– se logró el arresto de ‘Artemio’ y la
desactivación de la organización senderista. Después de treinta años de
presencia continua, Sendero fue completamente derrotado en el Huallaga.
En el VRAE la situación era mucho
más difícil y compleja. Los esfuerzos contrainsurgentes durante el gobierno de
García (en el de Toledo fueron mucho más limitados y sin resultado positivo),
tuvieron –pese a esfuerzos importantes, como la toma de los baluartes
senderistas de Vizcatán y Bidón, que fueron luego evacuados– un saldo negativo.
El SL-VRAE resistió la ofensiva militar, causó muchas bajas y pérdida de
armamento en varias emboscadas y avanzó hacia La Convención, para amenazar el
eje energético y extorsionar a sus operadores.
En abril de 2012, el secuestro
masivo de 36 trabajadores en Kepashiato por SL, marcó el punto más bajo en la
respuesta del Estado al SL-VRAE durante el gobierno de Humala. Entre el
abandono de policías y las emboscadas a soldados, las bajas fueron muy altas y
los resultados no solo nulos sino negativos.
Pero a partir de ahí la situación
mejoró rápidamente. Bajo la coordinación del viceministro (primero del Interior
y luego de Defensa) Iván Vega, la fuerza especial del Comando Conjunto (el
CIOEC), junto con los grupos de investigación policial formados por Morán y
reforzados por la Dincote, unificó en forma fluida y eficaz la inteligencia con
las operaciones. En el VRAE, un crecientemente robustecido comando militar
amplió, desde bases más seguras y mejores, su control territorial y operativo,
sobre todo a partir del comando del general César Díaz Peche; y –luego del
breve interregno del general Leonardo Longa–, con el del general César
Astudillo.
Los resultados no tardaron en
llegar: “William” (uno de los mandos militares más importantes de Sendero) fue
abatido; y luego cayeron también “Alipio” y “Gabriel”, todos emboscados en
operaciones cuidadosamente planeadas y eficientemente ejecutadas. Hubo muchas
otras operaciones complementarias, y el resultado fue un dramático descenso en
el accionar de SL-VRAE. Si en el 2011 tuvieron más de 130 acciones, en el 2013
apenas llegaron a 40, a la mitad de ese número el 2014 y a casi nada el 2015.
Lo más importante fue que la
presencia de SL-VRAE en La Convención fue, para todo propósito práctico,
erradicada y controlada así la amenaza al eje energético (el gasoducto de
Camisea).
Nada mal en términos de contrainsurgencia.
Otro notable logro operativo
–sobre todo por la manera de realizarlo– fue la interdicción del puente aéreo
de la cocaína entre el VRAE y Bolivia, en 2015. En lugar de romper el puente
con aeronaves de combate (como se hizo exitosamente en los 90), el CE-VRAEM lo
hizo inutilizando las decenas de pistas de aterrizaje con explosivos. Eso no
había tenido éxito en ninguna de las otras ocasiones en las que se intentó,
pero aquí, bajo el mando del general Astudillo, el masivo, terco y recurrente
empleo de zapadores militares en la demolición de más de 200 pistas
clandestinas, consiguió fracturar el puente aéreo, por lo menos hasta ahora.
Esos son logros innegables que no
se hubieran conseguido sin el apoyo directo del presidente Humala. Uno pensaría
que el compromiso de este con el mérito y la eficiencia militar era un rasgo
definitorio de su gestión.
Pero el mismo presidente pasó
antes de tiempo al retiro –para allanar el camino a otros– al general Díaz
Peche; hizo lo mismo con otros militares destacados como el general Wálter
Chávez Cruz o el coronel Carlos Romero (ya repuesto judicialmente); forzó
ascensos de amigos, copromocionales o parientes, sin atención al mérito;
permitió un poder desmesurado (y de resultados negativos) al coronel (r) Adrián
Villafuerte, entre otras cosas.
Finalmente, en una especie de
clímax del desacierto y la torpeza, hizo que el ministro de Defensa, Jakke
Valakivi, amenazara con iniciar acciones legales por nada menos que “traición a
la patria” por un reportaje de Panorama sobre el mal manejo de fondos de inteligencia
en el CE-VRAE; manejo visiblemente corrupto y ciertamente escandaloso por la
incompetencia en el control y registro de informantes.
La amenaza a las periodistas de
Panorama fue descabellada y contraproducente. Si alguien puso en peligro la
seguridad de otros, esos fueron los oficiales de inteligencia que registraron
informantes con sus nombres reales.
El reportaje de Panorama sufre de
varios defectos, uno de los cuales es imputar al general César Astudillo
responsabilidades que no tiene. Echarle indirectamente la culpa, por ejemplo,
de una emboscada que sucedió varios meses después de haber dejado el mando del
CE-VRAE.
Pero el maltrato principal a
Astudillo provino del Gobierno y fue obligarlo (como hizo el Ministerio de
Defensa) a ser el único funcionario entrevistado, poco antes de que el mismo
ministerio saliera con la amenaza estridente e histérica de la denuncia “por
traición a la Patria”.
¿Hay una manera más segura de
liquidar la carrera de un oficial que tuvo logros notables en un puesto de
importancia crucial? Eso no tiene nada de transparencia y mucho, más bien, de
búsqueda de chivo expiatorio e indiferencia a todo lo que no sea la
auto-protección del círculo cercano.Claridad y audacia de un lado;
egoísmo y miopía intelectual del otro. Entender a quien corre y se atasca al
mismo tiempo no es fácil. Por ahora, en el epílogo de Ollanta, es preciso señalar el mérito pero también subrayar la auto-destructiva mezquindad".