Transcurrido un año desde el arribo del virus al país, los hechos y las cifras que arrojan el manejo y gestión para el control de la enfermedad infecciosa provocada por el COVID-19, ha demostrado ser un evidente fracaso por parte del Estado peruano.
Pese al heroico esfuerzo desplegado por patriotas hombres y mujeres - que ofrendaron sus vidas al enfrentarse directamente al enemigo invisible - no se ve luz al final del túnel pues hasta la fecha se observa una lucha asimétrica.
Pese al heroico esfuerzo desplegado por patriotas hombres y mujeres - que ofrendaron sus vidas al enfrentarse directamente al enemigo invisible - no se ve luz al final del túnel pues hasta la fecha se observa una lucha asimétrica.
En este contexto, deviene en sustantiva la necesidad de ajustar la política de salud en el tiempo mirando al hombre y a su entorno, para evitar el exterminio deliberado de los desposeídos localizados en territorio peruano.
De las partes en conflicto
Por un lado, tenemos a la Nación peruana y refugiados venezolanos, con un sistema de salud colapsado con antelación, así es, pues el virus encontró a la salud pública peruana desprotegida, no es nueva mi afirmación, pues ya desde hace tres décadas atrás lo vengo sustentando en mi paso por el Ministerio de Salud, enfrentando a la epidemia de El Cólera, reiterando posterior y recurrentemente esta situación caótica en diversos escenarios, como en el Congreso de la República, Palacio de Gobierno en el Gobierno Central y las aulas universitarias en mi labor docente.
El activismo de los tomadores de decisión, no les permite escuchar a quienes por la experiencia indicamos que la salud pública debe verse en forma integral, pues tiene características sistémicas.
Atender a la salud de las personas demanda esfuerzos holísticos; incorporando a la importante labor curativa asistencial, acciones para lograr la recuperación y rehabilitación de las mismas, así como la fundamental salud preventiva, de la que tanto se habla pero que en la praxis no se ejecuta a cabalidad. Es así que alcanzar el completo bienestar físico y mental de las personas en Perú se torna en quimera.
De otro lado, se encuentra el SARS-CoV-2, que fortalece su cepa inicial en el tiempo con sus mutaciones, habiéndose adecuado a la realidad peruana con la variante brasileña.
Las reacción lenta y poca capacidad de respuesta por parte del Estado peruano, alienta avanzar decididamente al enemigo representado por la enfermedad infecciosa, aprovechando de éste el valioso tiempo que pierde por la ausencia de planeamiento, actuando entre urgencias y emergencias, desplegando el temor con la amenaza de hacerse endémica en parte de su territorio.
Sobre los hechos y cifras
Resulta dramática las cifras de caídos directa e indirectamente que presenta Perú en su lucha frente al virus. Las 114.943 defunciones existentes pre-COVID-19 en el país (Año 2019) se incrementó a 211.736 (Año 2020) y progresa a 77.523 ( primer trimestre del 2021).
Un dato importante que anotar en lo que va de este último año 2021, es la proporción de defunciones producidas en Lima y Callao (38.699) respecto a las defunciones ocurridas en el resto del país (38.824).
De continuar esta tendencia, las muertes durante todo el año 2021 superará la cifra de doscientos mil defunciones, presentándose la mitad de estas en Lima y Callao.
Es un hecho que el COVID-19 , con su variante brasileña es la que se acentúa en territorio peruano, dejando en menor escala a las variantes inglesa, sudafricana e india de doble mutación; y eventualmente otras que se vayan identificando.
Sin perjuicio de los subregistros existentes por la Pandemia en Perú, cabe precisar que Perú (1.500) supera a Brasil (1.400) en el número de muertos por millón de habitantes, pese a que Brasil supera en 6.4 veces en población a Perú.
De los factores que influyen en la lucha asimétrica
Las limitaciones existentes en el acceso a la inmunización a través de vacunas para mitigar casos extremos de enfermedad producida por COVID-19, es sólo comparada con el limitado acceso en el tiempo al agua para consumo humano en el país.
Diez por ciento (10%) de la población peruana no tiene acceso al agua por red pública, estamos hablando de una cifra superior a tres millones de personas, las mismas que se encuentran focalizadas en espacios altamente vulnerables a enfermedades infecciosas producidas por virus y/o bacterias.
El hacinamiento en las viviendas, sumado a la falta de agua segura, constituyen caldo de cultivo para la propagación del COVID-19 y las consecuentes defunciones derivadas de los estados críticos de la enfermedad.
En la fecha, se registra 2.276 pacientes en estado crítico y se supera los dos mil enfermos que se encuentran esperando un espacio en las unidades de cuidados intensivos, ante el colapso de los servicios de atención públicos de salud en el país.
Esta situación obliga al tratamiento domiciliario de los enfermos, los cuales demandan de oxígeno y medicamentos diversos para el tratamiento de la enfermedad.
A la población que no cuenta con agua en Lima, se le añade el dato de trescientos cincuenta mil personas que se abastecen de agua a través de camiones cisterna, los cuales no aseguran necesariamente su potabilidad y dejan abierta la posibilidad de enfermarse, continuando con el ciclo perverso de la propagación de enfermedades; y todo esto sin perjuicio del contagio intrahospitalario que también se encuentra latente.
De la mitigación de defunciones
De los reportes epidemiológicos oficiales se toma conocimiento que el COVID-19 se encuentra diseminado en todo el territorio nacional, sin embargo, existen las condiciones para planificar y aplicar nuevas estrategias sustentadas en una política de salud vinculada a la realidad peruana que tome en cuenta al hombre y su entorno en las diferentes áreas geosociales, pisos altitudinales y cuencas del territorio peruano, de tal modo que se pueda ir ganando espacios al virus, liberando zonas de la presencia del enemigo invisible y así dinamizar su economía ralentizada en espacios importantes del país andino - amazónico y que tiene la mayor parte de su población asentada en una costa desértica sin mayor acceso y disponibilidad al recurso agua.
En tanto transcurra el tiempo entre olas virales y cuarentenas, seguirán cayendo sanitaristas, como es en el caso del ingeniero Gustavo Sergio Sedano Fabián, quien laboraba en el área de operación y mantenimiento de la empresa prestadora de servicios de saneamiento SEDAPAL en San Juan de Lurigancho, el distrito mas grande del país localizada en Lima.
Ing. CIP Gustavo Sergio Sedano Fabián, descansa en paz.
|